miércoles, 31 de enero de 2018

Comienza la reconquista de Granada: Don Roderigo Ponce de León elige a Alhama como su objetivo



The reconquista of Granada begins: Don Roderigo Ponce de Leon chooses Alhama as his target
The Marques of Cadiz had vast possessions in the most fertile parts of Andalusia, including many towns and castles, and could lead forth an army into the field from his own vassals and dependents. On receiving the orders of the King, he burned to signalize himself by some sudden incursion into the kingdom of Granada, that should give a brilliant commencement to the war, and should console the sovereigns for the insult they had received in the capture of Zahara. As his estates lay near to the Moorish frontiers, and were subject to sudden inroads, he had always in his pay numbers of adalides, or scouts and guides, many of them converted Moors. These he sent out in all directions, to watch the movements of the enemy, and to procure all kinds of information important to the security of the frontier. One of these spies came to him one day in his town of Marchena, and informed him that the Moorish town of Alhama was slightly garrisoned and negligently guarded, and might be taken by surprise. This was a large, wealthy, and populous place, within a few leagues of Granada. It was situated on a rocky height, nearly surrounded by a river, and defended by a fortress to which there was no access but by a steep and cragged ascent. The strength of its situation, and its being embosomed in the center of the kingdom, had produced the careless security which now invited attack.
To ascertain fully the state of the fortress, the Marques dispatched secretly a veteran soldier, who was highly in his confidence. His name was Ortega de Prado, a man of great activity, shrewdness, and valor, and captain of escaladors (soldiers employed to scale the walls of fortresses in time of attack). Ortega approached Alhama one moonless night, and paced along its walls with noiseless step, laying his ear occasionally to the ground or to the wall. Every time, he distinguished the measured tread of a sentinel, and now and then the challenge of the night-watch going its rounds. Finding the town thus guarded he clambered to the castle. There all was silent. As he ranged its lofty battlements, between him and the sky he saw no sentinel on duty. He noticed certain places where the wall might be ascended by scaling-ladders; and having marked the hour of relieving guard, and made all necessary observations, he retired without being discovered.
Ortega returned to Marchena, and assured the Marques of Cadiz of the practicability of scaling the castle of Alhama, and taking it by surprise.
Washington Irving, The Conquest of Granada (Agapida edition), (New York: G. P. Putnam’s Sons, 1893), pp. 33-35.

Short Stories on Honor, Chivalry, and the World of Nobility—no. 98

viernes, 12 de enero de 2018

"Esclava de nadie, prisionera de sí misma" de Agustín Sánchez Vidal

Agustín Sánchez Vidal. Foto: Fundación Arte y Mecenazgo
Peripecias de un transexual en el siglo XVI
🌐 elsiglodedurango.com.mx

En la obra de Sánchez Vidal hay mucho más de lo que cabría esperar guiándose por el primer vistazo y, cosa rara, se puede decir que la sinopsis describe fielmente lo que encontraremos en las páginas: “Una historia que combina dos cualidades irresistibles: parecer absolutamente increíble y ser totalmente real”.

Esclava de nadie de Agustín Sánchez Vidal es un libro que encarna la consigna de no juzgar a estos productos por su portada. Es recomendable hacer caso omiso del título que parece sacado de los famosos sensacionales como El libro vaquero o Lágrimas y risas — tan populares desde su lanzamiento en la década de los sesenta del siglo pasado— aunque también podría pertenecer a alguna de esas novelas de fácil consumo caracterizadas por apelar a ligeras tramas erótico-románticas.
Ramón Bayeu, El muchacho de la esportilla. Foto: Museo del Prado
La historia en cuestión es la de un personaje extraordinario, Eleno de Céspedes, nacido como Elena en el municipio de Alhama, provincia de Granada en Andalucía alrededor de 1545, mulata, hija natural de Francisca de Medina, una esclava negra, de origen africano, y su propietario, don Benito de Medina. Recibió su nombre en honor a la esposa de su amo pero utilizó su versión en femenino o en masculino a conveniencia y según lo demandara la ocasión, aunque también hubo momentos en que prescindió del nombre de pila, haciéndose llamar simplemente Céspedes.

Podríamos resumir sus actividades e identidades de la siguiente manera: Elena fue esclava, liberta, esposa, madre, criada, costurera y tejedora; mientras que Eleno ejerció como mozo de labranza, pastor, soldado, sastre, cirujano -profesión cuyo ejercicio estaba reservado a los hombres- y esposo. Es esta última circunstancia la que finalmente permitió que su relato llegara hasta nuestros días. Su tardío matrimonio con María del Caño, natural de Ciempozuelos, una joven a la que doblaba la edad, estuvo marcado por una serie de dificultades. Ya desde que se anunció el compromiso y las respectivas amonestaciones se levantó un cúmulo de rumores respecto a la naturaleza de su sexo, acusándosele primero de ser capón y luego hermafrodita. Eleno logró sortear éste predicamento al conseguir que alrededor de una docena de personas le declararan varón en dos exámenes distintos. Entre los testigos se contaban varios médicos, uno de ellos, Francisco Días, "de gran renombre, por serlo de Su Majestad el Rey [Felipe II]", quién -para mayores señas de su valía y competencia- cabe resaltar que era la mayor autoridad de la época en urología.

Sin embargo, en 1587, menos de un año después de sus esponsales, Céspedes fue prendido por la justicia civil en Ocaña con nuevas acusaciones, sumamente graves, de esas que podían terminar en ejecución pública, "andar en hábito de hombre siendo mujer, contraviniendo las pragmáticas y leyes de aquellos reinos. Y también estar casado con María del Caño sin ser varón". Transcurrió aproximadamente un año en el que, a pesar del temple y la congruencia que Céspedes mostró en su defensa, los derroteros del proceso secular llevaron a imputarle nuevos cargos: menosprecio del sacramento del matrimonio, sospecha de hechicería y pacto con el demonio, con lo que el caso fue reclamado por la Inquisición de Toledo.

La novela arranca en este punto, mientras el inquisidor Lope de Mendoza revisa el expediente del caso y Elena/o se encuentra en su celda, en la cárcel del Santo Oficio, a punto de ejercer su derecho: "Dado que Céspedes ignoraba quiénes lo habían denunciado o levantado testimonio contra él, podía hacer una lista de sus enemigos. Y si en ella figuraba alguno de los acusadores, la testificación de éstos sería puesta en duda y, normalmente, rechazada". Las cavilaciones del reo para determinar quien(es) puede ser su denunciante son el pretexto utilizado por el autor para hacer que Eleno desglose detalladamente los pormenores de su biografía.

Sánchez Vidal, catedrático de Historia del Cine en la Universidad de Zaragoza, presenta una novela histórica basándose en el expediente inquisitorial del proceso contra Eleno; combinando las herramientas del novelista y el historiador rellena los blancos y reconstruye la vida del fascinante protagonista en 359 páginas, ocupadas por 64 capítulos repartidos en seis partes, más un prólogo y un epílogo.

El expediente del caso al completo se encuentra resguardado en el fondo Inquisición del Archivo Histórico Nacional de España, compuesto por muchos legajos y aún más fojas. Dato curioso: la extensión del expediente varía entre 300 y 700 fojas según a qué autor se consulte. Porque Agustín Sánchez no es el único que se ha ocupado de Elena/o, existen varios libros y artículos sobre este interesante personaje y es de llamar la atención que la mayor parte del material en torno a este extraordinario caso no ha sido escrito por literatos o historiadores, se ha estudiado principalmente desde la medicina, urólogos -de distintas nacionalidades, incluido algún mexicano- son los especialistas que más han tratado el asunto.

La defensa del imputado ante la justicia secular consistió esencialmente en apelar a los exámenes y certificados en que se le había declarado hombre, como si lo fuese de nacimiento, aferrándose a su identidad masculina y, en consecuencia, negando por completo su pasado como mujer, borrando a Elena de un plumazo, diciendo esa no soy yo.

Por otra parte, ante el tribunal inquisitorial su defensa, no menos congruente y brillante que la anterior, fue construida en torno a una única pieza clave, su presuntuo hermafroditismo. Alegando que durante su infancia y los primeros años de su adolescencia predominó el sexo femenino, por lo que a los 15 ó 16 años se desposó con el veinteañero albañil Cristóbal Lombardo, quien la abandonó durante su embarazo y murió al poco tiempo. El momento decisivo llegó tras el alumbramiento de su único hijo, al que llamó Cristóbal y entregó en adopción a una familia de panaderos sevillanos, puesto que después de ese suceso le sobrevino un gran cambio anatómico y comenzó a predominar el sexo masculino. "Sobre la hendidura que le correspondía como mujer asomaba un pequeño tallo, parecido a un dedo pulgar y que en algo le recordó a un miembro de hombre. [...] Al cabo de algunas semanas notó que aquello se ponía duro cuando tenía deseo, desentumeciéndose y saliendo de su sitio. Y, pasada la alteración, se enmustecía, recogiéndose donde estaba antes".

Aunque la descripción anterior pueda tener visos de relato fantástico y levante suspicacias sobre su veracidad, no debe perderse de vista que en el siglo XVI era mucho más lo que la ciencia desconocía sobre el cuerpo humano. Lo cierto es que no hay consenso respecto al caso Céspedes. Los especialistas de nuestros días tienden a considerarle un transexual masculino, es decir, un hombre "atrapado" en el cuerpo de una mujer. Mientras que Agustín Sánchez Vidal utiliza un enfoque que parece inclinado a tenerle por hermafrodita. En una entrevista de febrero de 2010 para El Mundo comentó que el problema central de su protagonista era "el drama de su identidad; no era ni blanca ni negra, ni libre ni esclava, ni hombre ni mujer".

Haber elegido un sujeto por demás fascinante no es la única virtud del autor, el relato propuesto es ameno, fluido y de agradable lectura. Reconstruye acertadamente el marco histórico, durante el reinado de Felipe II y sus dificultades para pacificar los territorios oficialmente "liberados" del control moro, como Granada y otras regiones de Andalucía. Un acontecimiento que funge como telón de fondo es la guerra de las Alpujarras (1568-1571) también llamada guerra de los moriscos, en la que combatió el soldado Céspedes.

El artículo titulado Un transexual en la España de Felipe II, publicado por El País el pasado 19 de noviembre para conmemorar el Día Internacional de la Memoria Transexual, es una pequeña evidencia más de que la historia de Elena/Eleno de Céspedes es una de esas que se rehúsan a hundirse en el olvido. Su expediente no estaba destinado a permanecer encerrado en un archivo acumulando polvo. Tanto da que hayan transcurrido casi 500 años desde su nacimiento, los detalles conocidos y las interrogantes que se mantienen siguen resultando atractivos, fascinantes y de actualidad.

jueves, 4 de enero de 2018

Árboles, siempre árboles


Baltasar Ruiz Rojas. Jardines del Balneario de Alhama de Granada.


🌐 www.diariosur.es JAIME AGUILERA. ESCRITOR 4 enero 2018
Lo único que tenía claro es que no iba escribir nada sobre Cataluña. Pero no encontraba ninguna alternativa temática. Acababa de 'salir del horno' mi última novela -'Fluidos corporales'- y un conocido me espetó el clásico comentario: ya tienes hijos, así que sólo te falta plantar un árbol. Ya he plantado unos cuantos, pensé, pero únicamente le contesté con una amable sonrisa. Es más, precisamente me disponía a ir en ese momento a un vivero en busca de dos pistachos, uno macho y uno hembra, para que uno polinice y el otro produzca frutos. La guinda la puso Radio Nacional mientras conducía: emitían un reportaje sobre el árbol de Guernica: el roble, mejor dicho, todos los robles, que habían sido santo y seña para la nación vasca.
No había duda, como tantas y tantas veces, no había encontrado el tema de disertación; más bien al contrario, el tema me había encontrado a mí.
Me vinieron a la mente los primeros árboles que recuerdo con cariño, los de mi niñez. Las moreras que flanqueaban cualquiera carretera y que nos hacían parar con emoción, porque ya teníamos sustento para nuestros gusanos de seda. Un ciruelo de mis padrinos, en el Llano de Zafarraya, con unos frutos amarillos, carnosos y dulces que en verano estaban al alcance de tu mano o de tu capacidad para trepar por él. Los pinares trabuqueños que cosen las faldas de sus coquetas sierras. Los tilos decadentes y los plátanos de sombra hospitalarios del balneario de Alhama de Granada. Y los olivos, siempre los olivos, a los que nos llevaba mi padre un domingo que para él era un día más de recolección, pero que para nosotros era un excursión campestre donde había mucha gente, tractores, fardos, varas, junto a unas vías de tren en la estación de Riofrío.
Y me hice mayor, y comencé a escribir artículos para prensa. Y curiosamente el primero de todos, al que siempre se le tiene un especial cariño, se tituló 'A un álamo negro hendido por la grafiosis': era un canto de dolor por todos los álamos que morían en sitios tan importantes para mí como la Alhambra y los Alazores.
Y me di cuenta que con veinte años ya echaba de menos mi infancia, porque los primeros árboles que planté fueron un abeto, como el que se adornaba en la plaza de mi pueblo en Navidad; un tilo y un plátano de sombra, como los del balneario; y un olivo centenario que fue salvado de su propia extinción y que en el traslado perdió uno de sus dos pies: un olivo, siempre un olivo.
Y nació mi hijo coincidiendo con las Olimpiadas de Atenas, y se plantó en su honor un victorioso y mitológico laurel. Y nació mi hija después de que quisieran que no viviera, y comenzó a crecer con dedicatoria un ciprés enhiesto que venció a la muerte.
Y viajé por el mundo, y me impresionaron los bosques urbanos, recios y civilizados, de un frío Madrid. Un Madrid que me sorprendió con casi todas sus calles arboladas: porque siempre lo digo, la calle más fea del mundo, si se flanquea con árboles, inmediatamente deja de ser la más fea. Un Madrid con su Parque del Oeste, su Ciudad Universitaria, su Casa de Campo y su Retiro; con un maravilloso y antiguo jardín botánico donde estaban todos los árboles del mundo, y donde después se incorporarían, gracias a la colección de un presidente de gobierno, la réplica de todos esos árboles en miniatura.
Y más tarde me fui a la coste este de los Estados Unidos, y lo primero que me viene siempre a la memoria son sus árboles amarillos, rojos y ocres en un otoño de ensueño, y me vuelvo a ver en una tarde caduca, en una cabaña en mitad de un bosque de colores donde suena un piano con una melodía de película. Otoños de arces y hayas. Y veranos en bosques de Hampshire y de Yorkshire que te hacen olvidar en calor sofocante de tu tierra, que casi te insultan con su orgullosa envergadura y su apabullante verdor. Y veranos en la Toscana que me llevan no solo a colinas con cipreses, sino que me trasladan también, sobre todo, a un monasterio de Monte Senario donde uno es capaz de escuchar el silbido silencioso del bosque antiguo.
Y definitivamente me convertí en un paseante que necesita árboles en su caminar, con mar o con montaña, en invierno o verano, en otoño o primavera, con lluvia o con niebla. Pinos, cipreses y acebuches en el Morlaco malagueño; ficus, algarrobos y robles de fuego en el Cementerio Inglés; jacarandas y naranjos en las calles sevillanas y malagueñas; olivos, quejigos, chaparros, fresnos, espinos, cornicabras y nogales en los Alazores.
Estaba llegando ya al vivero, había un árbol de Navidad de mentira en la puerta. Mala suerte, el encargado me dijo que se habían terminado los pistachos, que no llegarán hasta febrero.